Igual que las respuestas que busca,
Glauca es ambigua.
Nace del fondo y en el fondo.

Glauca dice :¿Por Qué?

Ad Hoc

jueves, 18 de febrero de 2010


Relato Nº 2: Paralelas.


"Un tipo puede cambiar de religión, de casa, de pareja, e incluso de constumbres. Pero hay una cosa que núnca podrá cambiar. Un tipo núnca podrá cambiar de Pasión."

El secreto de sus ojos.


Con un ultimo toke de laca, Lola, considera acabada la tarea. y con ella la dulce rememoración que de los últimos acontecimientos. Matiene grabada, (le gusta mantenerla), la dulce voz de su chico repitiendo su nombre entrecortadamente y casi sin respiración:

- Ana.. , Ana que me matas.Ana por Dios....
(Lola es Ana. Ana es Lola)

Delicioso. ¿Que será lo próximo? Ahora no puede pensarlo , tiene prisa.

Lola es contundente, suave y firme a la vez.. Ya casi no recuerda quien la rebautizó, pero sí que tenía algo que ver con esa canción de redobles tan racial.

Cierra la puerta de su casa. Respira hondo por primera vez y comienza a colocarse a Lola.

Vanidosa y frívola, clava por tercera vez su tacón de casi 10 centímetros en el escalón del portal, mientras el vecino del primero, intenta recoger su correspondencia al tiempo que no le quita ojo de encima al borde de la media que, por casualidad se le ha vislumbrado brevemente en el paso.

Sonríe.

Lola tiene un nuevo trabajo. y necesita sentirse segura y guapa. Este vecino ha cooperado de forma inestimable confirmándole que así es.

No trabaja por dinero. Trabaja por necesidad. Necesidad placentera. Lola y Ana necesitan que les den de comer, que las vistan ,que las saque de paseo, que las quieran. Necesitan trabajar. Y ambas trabajan.Las dos son creativas.

Sonríe nuevamente.

De camino a la parada de taxis, pretende planear un plan de actuación. Qué hacer, qué decir,.Es este un importante trabajo y de su buen hacer, dependen otros muchos. y de esos otros muchos dependen... demasiadas cosas. Equilibrio.

La negra coleta le tira de las sienes. Se rasgan aún más sus almendrados ojos. No hay un cabello suelto. Un buen trabajo. Quizás algo llamativo a saber por las miradas que lleva recibiendo ya un rato, pero desconoce si una vez allí tendrá tiempo para peinarse adecuadamente. En cambio, la ropa interior ha sido todo un acierto. Suave, sedosa, no se mueve ni un milímetro.

El taxista no se cree la suerte que tiene y mira hacia trás dos veces más, para preguntarle la dirección,como si no la hubiese oido. No puede, no quiere, retirar de su turbia,retina las firmes curvas de esta mujer que no habia visto antes por aquí. ¿Como ha conseguido subir de ese modo a la parte de atrás de su coche? Ha sido un segundo. Un segundo felino. El ondular de la larga cola de pelo, le envuelve con un aroma de tálco, miel caliente y clavel. Siente el deseo palpitar. Un deseo inmenso, acuoso. Aceite caliente que se desliza por su espalda. Su mujer le espera. Seguramente tendrá preparada la cena. Una cena seca y de postre, un beso estéril de buenas noches. Se revela. Hoy volverá a salir. Como tantas noches. Hoy quiere algo más jugoso. Esta noche de pronto, todo se ha inundado.

Su intuición y prudencia hacen que Lola decida recorrer el último trecho en metro. Además, necesita inspiración. Le gusta observar. Aprender. Lola es curiosa. Muy curiosa. Se toma su tiempo. Pasea tranquila, contoneandose, tiene tiempo aún. La falda se desliza entre el abrigo y su combinación produciendo un suave sonido... friz... fraz... Un crujir hojaldrado de entretelas que Lola percibe, ha oido el chaval que está parado junto a ella, y que sin disimulo ningúno la mira tras sus gafitas, boquiabierto. Cual anaconda, la Burberrys le aprisona el cuello y resulta cómico verle girar los ojillos alternativamente desde sus caderas a su pecho. ¿Estas mujeres no salen solo en las peliculas antiguas que, a escondidas de la familia, ve su abuelo mientras paladea con fruicción algún dulce?. Esta mujer debe pesar mas de 60 kg, -se dice asimismo asombrado- y en su grupo de amigos, se la consederaría gorda y casi vieja, pero reconoce que nunca en su vida había visto una mujer tan hermosa... No es una buena esposa. De eso está seguro. Tan seguro como puede estarlo un chaval que pasa todo su tiempo libre entre rosarios, abuelas y tias culpables de hasta respirar. Su buena educación le impide seguir mirandola. Está mal. Lo que siente esta mal. Pero sin poder evitarlo, como hipnotizado, haciendo que mira hacia otro lado, acerca la mano libre de guante y roza levisimamente el muslo de Lola. Inspira su aroma y, ofuscado , trémulo, blando y humedo, corre a refugiarse en su cuarto. No esta bien. Lo que hará no esta bien.

Lola sonrie.Casi es una mueca, pero sonrie.

Semaforo en verde. Cruzando, el enorme bolso se le desliza demasiado por el hombro cayendo al suelo. El fuerte sonido de cosas sueltas llama la atención de una señora que la mira sin detenerse y con desdén, al pasar por su lado a paso breve, encogido y patoso. La envidia que lleva, enquistada años hace la señora se hace patente en sus finos labios, cuajados desde hace tiempo en una mueca. Lola es ella en sueños.Vivir una vida y sentir otra. Pero no tiene valor de hacerla real. Y ya es tarde. Lola, sin perder la compostura, serena, recoge su bolso flexionando las rodillas, en un ágil gesto ensayado La falda tubo no le permite mucho más. Se oye un claxón. También un hondo silbido. Se incorpora, coloca el bolso y la coleta en su sitio justo.El conductor del claxon siente incendiarse su interior, cuando como si de una cálida corriente de aire se tratase, lo golpea en las sienes al par que ella levanta del suelo sus parpados maquillados de violeta, lentamente, para hundirle con infinita paciencia sus ojos color verde agua.
Se ha calado el coche.

Desentonado con todo lo que la rodea, llega al andén despreocupada. Comienza la caza. Todos son objetivos. Todos pueden servir. Llega pronto para poder sentarse en una esquina tranquila y pensar y mirar. En su trabajo, Lola se satisface de saber que es pulcra, cuidadosa, eficiente y original en lo que hace. Y, que lo hace con agrado. Por ahora no ha tenido quejas, y el negocio prospera. Empieza a recuperar algo de lo invertido en ese vestuario tan costoso que es parte de su exito. Se mira las uñas. Perfectas. Ayer estuvo más de un ahora con ellas. No lleva anillos. Pueden ser un problema. Tampoco le hacen falta.

Un señor bajito que viste una gabardina enorme y amplias gafas de carey, se sitúa frente a ella. Lola detiene su mirada inquisitiva sobre la mano derecha del hombre, que supone debía haber sujetado el pesado maletin que porta ahora en la izquierda, largo tiempo, ya que muestra los dedos morados. Sonrie. Ahi está el primero. Y seguro que ni él lo sabe. Podía haberse cambiado el maletín de mano hace rato, pero no lo ha hecho. Chico travieso. Autocomplaciente. ¡Con esa pinta de representante gris!. A ella ya nada le sorprende. Pero sí que le divierte. Lola es jugetona.

Sin perder de vista al marmolilllo gris, su atención se desvia hacia una chica que entra en su círculo de visión .Viste ropas de calidad, holgadas, neutras, correctas y anacrónicas. Sujeta su recortada melena con horqullas negras. Está incomoda. Eso esta claro. Pero...¿ Por qué?

La gabardina se sienta. Se coloca el maletín entre las piernas, y mueve sus diminutos pies de una forma curiosa, de un lado a otro rapidamente, como si le estuviese grande o pequeño el zapato. Ummm...¿Nervioso? Sujeta una goma trasnparente entre los dedos y la enrolla en el anular. Una vuelta, otra más, y otra. ¡Aja!. Vuelve a mover el pie. Parece que algo se le ha salido del zapato.

La chica parece cansada. Se retira a una esquina. No levanta la vista del suelo. En la siguiente parada un impertinente grupo de gente entra en tropel y la empujan. En su rostro se adivina entonces, el dolor. ¡¿Donde?! Lola dilata las pupilas. Entiende. Se le dispara la adrenalina.La mira con interés. ¿Será posible semejante pieza? Pero el gesto de la chica indica que no es lo que Lola espera y, decepcionada empieza creer que sabe lo que ocurre. ¿Es eso un rosario? ¡Si! Asi que es eso...¡Que desperdicio! -se lamenta-

El caballero se remueve inquieto. Parece haber perdido algo. Lola le presta atención nuevamente. Con un rápido movimiento, el hombre recoge lo que parece ser una piedrecita blanca del suelo y los labios de Lola se humedecen de puro placer cuando observa como vuelve a introducir la piedra en el zapato. ¡Chico malo, chico malo! ¿Lo sabe tú mama?

Sonrie.

Está llegando a su destíno. El metro no la ha defraudado. Finalmente no ha sido necesário planear ninguna estratégia.Tiene toda la "documentación" que necesita. Al levantarse para salir del vagón, mira por última vez a la chica que, sentada, deja entrever tras su ajustada falda de monja una marca que desde luego no es de un ligero. Lola piensa para sí que si la chica quiere seguir donde está ,deberá aprender a llevar eso y redefinir su idea de placer. Pero no le interesa tanto como para dedicarle ni un segundo más,

Lola respira hodo, nuevamente. Ya es completamente Lola. Levanta la cabeza dispuesta a comerse el mundo al bajar de éste en el que se encuentra, pero antes, se acerca discretamente al hombre de la gabardina y le desliza como una culebra, una tarjeta, entre la chaqueta y la gabardina.El caballero no tiene tiempo de reaccionar ,cuando Lola abandona el vagón.


Dobles vidas. Vidas paralelas.. Si no fuese por lo doble, ¿Que seria de la vida?







miércoles, 17 de febrero de 2010

Relato nº 1: Otro San Valentín


“He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.”

(Roberto Bolaño).




Madrid me tuvo que conquistar mucho antes de que fuera un campo de batalla salpicado por trincheras vacías y zapas interminables. Me atrapó en el tiempo que aún no había visto un elefante ni una jirafa y el zoológico me pareció un pedazo de Kenia en mitad de la capital del imperio; en el tiempo que me acechaban vampiros en cada rincón oscuro del pasillo y encontré a Drácula de cera junto a la Castellana; en el tiempo que coleccionaba cromos de Butragueño y en el Bernabéu alcancé a ver la luz blanca que me tiró del caballo de la indecisión y me convirtió en fiel creyente de la fe merengue. Incluso, cuando, pasados los años y perdidas ya muchas ilusiones, el autocar que llegaba a América, me paró en la esquina donde creí recuperar un tiempo perdido que ya no me pertenecía. Y que nunca volvió a pertenecerme.

Quizá no deba achacarle tosa la responsabilidad de mi desamor a la ciudad. Quizá yo, como ella, tampoco soy ya el mismo; también tengo agujereado el centro neurálgico de mi alma; también vallan mi corazón señales de peligro, lo socavan pozos profundos, heridas que ya no sangran pero que marcan los vados, los pasos a nivel que sortean sus cicatrices, sus ñapas y costras.
Cuando me dijo que ya no había lugar para la poesía tenía que referirse a algo parecido a esto. A este vacío físico, no existencial. Siempre ocupamos un lugar en el espacio aunque no sea ni el sitio ni en el momento que queremos habitar. Los vacíos siempre responden a la falta de algo, de alguien, de otro cuerpo, de otras manos, de otra voz. El silencio es el vacío extremo. La nada que te envuelve al llegar a casa deshabitada excepto por el propio aliento, el olor conocido. El silencio ocupa su propio espacio y el mío lo monopoliza.

El espejo es otra máxima expresión del vacío físico. Un cristal que sólo se dedica a reflejar constantemente el mismo rostro, los mismos rasgos, no contiene más que la nada propia del que a nadie tiene más que a sí mismo. Los pasillos que se estremecen por la ausencia; los colchones estrenados únicamente por uno de sus lados. La cubertería sin estrenar excepto por una cuchara de café, un tenedor y un cuchillo para la carne que andaba por allí, que tampoco será más la carne en la que te quisieras mullir.

Vacío. Soledad. Cuatro millones de personas a mi alrededor, ocho millones de ojos que te miran sin encontrarte y dos pupilas que sólo tienen ojos para un hombre que ya nunca seré yo.