Igual que las respuestas que busca,
Glauca es ambigua.
Nace del fondo y en el fondo.

Glauca dice :¿Por Qué?

Ad Hoc

miércoles, 21 de julio de 2010

Puedo confiartelo; Fui sirena


- Fui sirena – pronuncia temerosa junto a la oreja adorada -… ¿Me oyes? Fui sirena.

No puede callarlo. ¡Es la vida que está viviendo! Imposible no gritarla. Ahram vuelve la cabeza sobre la almohada. ¡Qué cerca le quedan esos ojos glaucos, ahora claros y profundos!


- Necesito que lo sepas, darte todo lo que soy… Sirena de verdad, en la mar, con mi cola de pez… Luego me hice mujer – concluye con un suspiro.


Ya está, es irremediable. ¿Ha hecho bien? Trata de interpretar la expresión de ese rostro, a contraluz de la ventanita. El Hombre al principio sólo había recogido en su oído la miel de la voz. Ahora ha captado el sentido y reacciona en tono alerta, incrédulo. – ¿Cómo has dicho?
Aún podría ella echarlo a broma. Pero ni se le ocurre. Rápidamente, en pocas palabras, explica que lo había olvidado, que por eso no sabía de su infancia, pues no la tuvo. El hombre se incorpora sobre el codo, inclinado hacia el cuerpo tendido a su lado. Clava la mirada en esos ojos, ahora un poco asustados, implorantes. El pecho viril se acerca y oprime suavemente el seno derecho; la boca bajo el bigote desciende a los labios desnudos, se demora en ellos un cálido instante, sin penetrar con la lengua, solamente rozando con ternura:


- En ti todo es posible… Tenía que ser así.


Ella teme que él lo tome todavía en sentido figurado. Insiste, aporta detalles: el tiburón y las morenas respetándola, su marca a fuego y sus cicatrices desapareciendo, sus aciertos en la mar, su resistencia bajo el agua… El hombre siente verdaderas sus palabras; no duda de que ella está convencida. ¡Pero es tan increíble! Acepta las palabras aunque lo prudente será seguir averiguando.


- ¿Por qué dejaste de serlo? ¿Te castigaron los dioses? – ¡No, se lo pedí a Afrodita y me lo concedió! Conocí a los hombres viéndoles coger coral, supe cómo eran, descubrí que ellos vivían, vivían más que yo, y preferí ser mujer… -baja la voz, acerca su boca al hombre -. Les vi amándose, como nosotros anoche, como hace un rato. Quise vivir ese amor. ¡Y por fin lo he logrado! ¡Ahora! ¡Con tu amor único me has hecho recordar!
El hombre piensa en quienes la gozaron antes y ella se da cuenta por la incertidumbre en los ojos que la miran. Protesta:


- ¡No pienses en otros; nunca fue como ahora! Si hubiera sido así, yo hubiera recordado mucho antes. ¿Comprendes? ¿O crees que mentía cuando te decía haber olvidado mi pasado? Ahram está seguro de que en eso no mentía. Sonríe:


- Olvidaste, estoy seguro… Así que hija del mar… Ya decía yo que tu pelo no es griego. Bashir tuvo buen ojo… ¿Lo sabe él o alguien?


- ¿Cómo va a saberlo? ¡Si acabo de descubrirlo en tus brazos! ¿Es que no me crees?… Sólo tú has vencido el olvido… ¿Sabes? Dudé en decírtelo. Tenía miedo de que la revelación me costara un castigo de la diosa: morir, o volver a sirena, que dejasese de amarme, que me mirases con asco…no sé… Lo terrible sería quedarme sin ti… Pero he hablado y no ha pasado nada. ¡Seguimos juntos! ¡Oh, Ahram, Ahram! ¡Qué feliz soy!


Impulsivamente le abraza, se aprieta a su cuerpo, mientras continúa:

- Era preciso esto, que llegases tú… Nadie más venció el olvido. Contigo ha sido como cuando rogué a Afrodita: la vida revelada, torrencial… No sé cómo decirlo. Nadie me elevó hasta el Momento, ni aún Uruk el guerrero, siendo de tu estilo… Sólo tú me has mecido como las olas, me has arrebatado como el huracán, me has anegado como el océano… ¡Ahram, Ahram…!


Su cuerpo abrazante revive, mientras habla, el Instante en que fue como si él la cogiese en alto, alzándola en triunfo sobre un escudo, triunfo de los dos: cuando ella estaba allá arriba, en la cumbre, bajo el peso del hombre y su aliento de fuego y su mordisco, como en la cima de las montañas heladas, donde la nieve quema y el sol ciega. El hombre percibe el estremecimiento voluptuoso y lo comparte:


- Te creo. Sólo siendo inmortal, siendo una diosa, podías darme lo que me has dado.


- No es por ser diosa; dejé de serlo – se distancia ella un poco, empeñada en ser comprendida -. Al contrario, te di tanto por ser mujer. Los dioses no viven; sólo existen. Y yo quería vivir, y en ti estoy viva. Por poco que dure. Ahora estoy viva. Ahora.


- Ahora puedo confesarte algo, yo también: sí, me impresionabas, me inquietabas. Con tu magia…


- ¡No hay magia! O si?


- Ahora me convenzo. Con tu extraño ser y tus ojos marinos. Ahora me lo explico, me obsesionabas… ¡No pude resistir a tanto imán! Ella sonríe. Un suave júbilo la invade al notar que ya puede jugar con él.

La Vieja Sirena - 12. Vivir en el Tiempo – José Luis Sampedro

2 comentarios:

  1. Precioso. No hace falta cerrar los ojos para verlo. La aparición de Afrodita, jejeje. Sabia elección la que has tomado.

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