Igual que las respuestas que busca,
Glauca es ambigua.
Nace del fondo y en el fondo.

Glauca dice :¿Por Qué?

Ad Hoc

sábado, 20 de marzo de 2010

Reflexion nº 2: Tu grito sordo

De golpe abres los ojos sobresaltada pero inmóvil. Pestañeas con dificultad y los frotas paliando el dolor que la leve y medrosa luz que entra por la persiana te causa. La boca seca, pegados los pálidos labios, casi no sientes las manos ni los pies entumecidos. No sabes donde están. Sientes la camiseta pegada al pecho húmedo, el cuello empapado en sudor. No acabas de despertar de una pesadilla. O al menos no la recordáis. Pero es así cada mañana. Cada espantosa mañana.
Intentando hacer un esfuerzo, que se os antoja sobrehumano, os situáis mentalmente; Donde estás, qué día es hoy, que tengo que hacer. Sí, si... eso, cosas que hacer. La recién nacida idea, parece tranquilizar tu alocado corazón qué, sin motivo aparente late desbocado.
La profunda angustia matinal comienza a remitir y ya puedes moverte levemente.
Hay que levantarse.
Hay que hacerlo, os decís una y otra vez, buscando desesperadamente las fuerzas para hacerlo realidad. Pero las fuerzas no están, no vienen, no existen. Os volvéis a desesperar buscándolas. Conoces el proceso, pero ello no te evita la agonía de volverlo a revivir una y otra vez.
Resignado y aún sin saber cómo, posas tímidamente los pies en el frío suelo, y, respiras el aire viciado de la habitación pareciéndote que es el único aire que tus pulmones respiran en los últimos tiempos. ¿Cómo olía era el aire de sabor naranja que traía la primavera?
Es la hora. Mejor dicho; antes de la hora. El inútil despertador no llega a sonar nunca, porque tú ya estás despierto.

Hay que desayunar.
Pero antes, hay que lavarse la cara, lavarse el cuello. Hay que entrar en la ducha para comprobar, para intentar que se aleje por el sumidero la pegajosa agonía que aún sientes trepar por tu espalda y, que es en verdad el desayuno de todas tus mañanas. La ducha alivia el cuerpo, pero parece que roza, solo roza una segunda piel que tortuosamente os cubre por completo y que has criado noche a noche . Un pellejo grueso, duro y arrugado. El agua hirviendo ni siquiera lava esta primera capa, pero al menos te devuelve al asqueroso mundo de los vivos. Olvidas cerrar el grifo. Esto también es frecuente. Injustamente, olvidas lo más elemental, teniendo sin embargo presente lo que más quisieras olvidar.

Hay que desayunar. Eso ya os lo habías dicho, ¿verdad?
Té, café, magdalenas, bollos, tostadas. Todos los días procuras ampliarle la oferta a tu estomago, pero tu boca se niega a distinguir lo que le ofreces, enviando la espantosa sensación a tu cerebro de que todas las mañanas desayunas trapos con agua sucia. Pero sabes que aún siendo así, HAY que desayunar.
Y lo que HAY que hacer, se hace.
La taza, la tetera el cubierto, pesan cada día más. El horno cada gris mañana se ríe socarronamente de ti ampliando el tiempo que gasta en dorar unas miserables rebanadas de pan. Pero hay que desayunar. Masticar, tragar, beber...masticar,.... tragar,... beber. Que no se olvide ningún paso.

Ahora toca volver al baño. Los dientes. Hay que frotarlos. La pasta se desliza con dificultad, pastosamente, por tu boca seca y después de que la enjuagues concienzudamente con litros de agua, y la refresques con colutorios de prometedores sabores a menta, hierbas, y aires marinos, sigues sintiéndola sucia, seca, pequeña, arrugada y escondida como la de las viejecitas que constantemente se humedecen los labios en un mecánico intento de encontrar con qué lubricar su reiterado y triste monologo.

Siguiente paso; Vestirse.
Hay que vestirse.
Aunque gustosamente darías un brazo si pudieses permanecer medianamente tibia tras tu enguatada bata y tu pijama nórdico de mil capas. Siempre hace frío. Lo temes y él que lo sabe se ensaña contigo. Se cuela por los pies, se cuela por el cuello, se instala en el vientre, se desliza hasta tus sienes.
Un zumbido sordo y espantosamente silencioso anega tus oídos, al sentir la punzada del gélido aire de la habitación donde te vistes todos los días.
Te vistes todos los días.
Te vistes todos los días.
Sí , eso haces. Sí.
Dentro, en lo que crees es tú alma no puedes oír a nadie ni a nada porque ese aire sopla con fuerza una ventisca del norte. Los aires del norte, - todos lo saben - invitan a hacer la maleta, pero ya ni siquiera sabes hacer una maleta. ¿Donde está? ¿Que voy a poner en ella? ¿Adonde me llevará este temporal norteño? Sólo imaginar el titánico esfuerzo que supondría te estremeces de espanto.

¡Ah si ¡ La ropa. La ropa.
Hay que vestirse.
A través de las pertinaces cataratas de tus ojos buscas con dificultad algo que sea abrigado. Miras intentando orientarte y ,casi por inercia, por la ventana. Hoy luce el sol. Hay sol. Sol. Parece que hace sol. Quizá no haga tanto frío. Pero el sol, el calorcito que recuerdas, ya no llega a tu alma. Ha de atravesar el frío cristal que empaña tus ojos y lo poco que llega a tu corazón no es más que una debilitada luz que tan solo ilumina el pedregoso senderito por donde obligatoriamente has de ir todos los días para que al menos las cosas no empeoren. Vuelves a tu armario, antaño feliz, usado y colorido y sin recordar que hoy ya hace sol, buscas de nuevo, algo abrigado. Lo colocas sin miramientos encima de tu segunda piel. Esperas que pueda espantar a este odioso frió, pero es como si entre la primera y la segunda piel, alguien hubiese colocado hielo, y nada puede derretirlo para calentar tu interior.

Hay que peinarse.
Hay que maquillarse.
Con tres o cuatro gestos aprehendidos mil veces, atusas rápido tu melena con un cepillo que parece hecho de plomo derretido, recogiéndola en una monótona coleta pasada de moda hace siglos. Sientes una punzada en la cintura al hacerlo. Casi agradeces la viva sensación. Tienes agujetas. Pero no de correr precisamente. Se te ocurre la cínica idea de que igual llorando mucho, se aprietan los olvidados abdominales y descubres un nuevo método Pilates o algo así.
Y ahora... hay que maquillarse, en eso habíamos quedado, ¿No?
Para darle a tu ceniciento rostro algo de ficticio color que haga creer a todos que aún hay ánimos, que aun se puede hacer algo, que aun puedes ver las flores blancas y rosas de la primavera aunque ya hace tiempo que parecen no florecer para ti. Para no preocupar, para no ser la peste que todos rehúyen, para.. . ¿parece optimista?
En verdad no sabes para qué finges tanto si da igual lo que hagas. Nada parece querer cambiar.
Ni siquiera necesitas mirarte al espejo. Podrias pintorretearte con los ojos cerrados. Es algo que haces desde los 12 años. Hoy no usaras lápiz ni rimel. Las lagrimas que manan mansamente, acostumbradas a recorrer el mismo camino, mantienen tus ojos brillantes pero irritados.
Repentinamente al salir del baño, vislumbras en el escarchado espejo una imagen que no deseas reconocer.. ¿Quien es esa señora de aspecto ajado, de ojos grandes y tristes peinada como una ancianita y gesto contraído en una mueca de dolor?

Coger el bolso, abrigarse aún más, las gafas de sol, las llaves . Abandonas el refugio. Sabes que pasarán unas horas antes de que regreses a tu trinchera, exhausta de no hacer nada, agotada de sonreír sin ganas, impotente de no poder actuar, asqueada de oír tantas palabras vacías, cansada de golpear un baboso muro que se te aparece bajo agua y que permanece inmutable ante tu rabia..

Colocas un amago de sonrisa en tu cara y sales. Ya en el umbral de la puerta, escuchas con atención pues unos días crees oír tanques, metralletas y aullidos de espanto que te ponen la piel de gallina . Otros, el silencio más intenso parece apoderarse del pasillo que lleva al ascensor y de tu vida, incrustándote un miedo primitivo y grande

Hay que irse.

4 comentarios:

  1. Tú lo que tienes es una depresión de caballo ¡ Que sé de lo que hablo ¡

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  2. Apigüita: Muaaaassss. Y recuerda, cuando sales, estoy abajo para darte un abrazo, tal y como tú me lo das a mí. Mañana te lo daré de nuevo.

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  3. Triste pero a la vez precioso, profundo, y sobre todo REAL, MUY REAL, aunque nos cueste reconocerlo. Tarde o temprano, en algún momento de la vida, aparece ese sentimiento, no sabes el motivo....o sí, pero aparece.

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  4. Nada tiene solución si ésta no se quiere buscar, si nos aferramos a nuestra propia amargura y nos autoconvencemos de que todo el universo se ha conjurado en nuestra contra. Cierto es que las desgracias nunca vienen solas; que cuando hay una racha jodida, incluso tenemos la sensación de que es más profunda que lo que en realidad es. Tus seguidores hablan de "depresión", "tristeza real" -¿hay alguna que no lo sea? - y, eso sí, abrazos para sobrellevarla. Bien. Casi todo lo que nos ocurre en nuestro deambular vitalicio no es sino producto de nuestras propias decisiones, incluso de aquéllas que se tomaron hace siglos, pero que pueden y, de hecho padecen, sus consecuencias cuando ya ni nos acordamos de los impulsos que nos abocaron a ellas. Por eso, hay que pararse en el rellano. Sacar de la cabeza los ruidos de tanques, fusiles y explosiones que sólo están ahí -a Dios gracias - y sí: atusarse el pelo; ponerse el carmín más rojo que tengas; perfilar con negro rimmel las dos almendras que son tus ojos; guiñarle al espejo y vomitarle que no te vas a dejar llevar por la conmiseración, la desidia ni la desgracia. Que puede que no tengas ni media razón para sonreír, pero que vas a afrontar un nuevo lunes, una nueva semana sin desvirtuar la realidad, pero sin que ésta te consuma, porque,en el fondo Glauca, eres y puedes ser más fuerte. Porque todos los túneles, por largos y angostos que sean, tienen una salida, y porque, en esta vida, todo podemos hacer que varíe su curso, salvo la enfermedad y la muerte. Y porque no merece la pena vivir con pánico a la nueva mañana. Arréglate Glauca. Por fuera y sobre todo por dentro. Arréglate Glauca, que ya es Primavera...

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